miércoles, 30 de enero de 2013

doce

Hola.

Ha pasado un año.
Y vaya año.

Nunca he sido muy dado a la retrospección ni a los balances anuales. En realidad, si echo la vista atrás, creo que es algo que hasta ahora sólo había hecho en una ocasión. Pero tampoco soy muy dado a tener buena memoria así que, por una vez, no está de más poner por escrito algunas de las cosas que han pasado en los últimos doce meses. En esta ocasión, vale la pena. Para mí, quiero decir.

- El año arranca con dos meses sabáticos. Tras terminar mi estancia en prácticas en la edición de 2011 de La Cabina, y con todo el tiempo libre del mundo por delante, me dedico a cosas tan variadas e improbables como estrenar cámara, finiquitar la trilogía original de la saga de La Fundación de Asimov, asistir a un maravilloso Ultrashow de Miguel Noguera, visitar el Bioparc Valencia con mi sobrino como guía, escribir la crónica de un concierto de Sr. Chinarro, ver Sonrisas y lágrimas en el teatro, recibir a mi querida wife y enseñarle la ciudad y escucharle decir como te mueras, te mato ante mi inminente marcha a una Atenas por entonces casi en llamas o, ya en Madrid justo antes de abandonar el país, ver un pedacito de historia de la astronáutica en una fascinante exposición de la NASA en cuyo simulador experimento una fuerza de 2G.

- El 1 de marzo a eso de las cinco de la tarde aterrizo en Grecia, donde pasaré cuatro meses. Una huelga de transporte público, la lluvia, una guía kamikaze que pretende que la siga, cargado con mi maleta, mientras ella cruza las calles sin prestar atención a los semáforos ni a nuestras vidas y el hotel más decrépito que he visto en mi vida no conforman lo que se suele llamar un buen comienzo, pero dan paso a cuatro de los meses más espectaculares de mi vida. Ya que estoy allí, aprovecho y visito Meteora, Parga, Delphi, Dilesi, Creta, Santorini e Hydra. Atenas se convierte en mi primera ciudad adoptiva y un trozo de otroscomoyo se queda para siempre admirando las vistas desde el balcón del octavo piso del hotel Filoxenia, near Larissa Station in Acharnon Street (there is a small place, somewhere in Greece).

- El 27 de junio aterrizo de nuevo en España, y me quedo un par de días en Madrid para reencontrarme con la piñosa y algunos compañeros de la universidad con los que ver un concierto de los Punsetes en una azotea de Móstoles (donde descubrimos, de paso, a Felón y su Mierdofón). Me monto en un AVE a Valencia y allí me quedo siete semanas, el tiempo justo para reencontrarme con todo el mundo, volver a colaborar temporalmente en el único festival internacional de mediometrajes del mundo, recibir una visita de las polacas, tramitar visados y comprar nuevos billetes de avión. Entre tanto, aprovecho para aprobar el último examen de mi carrera. Ya está, soy un licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas. No me siento diferente, sólo un poco más tranquilo y viejo. Ya puedo emigrar. Y eso hago.

- La madrugada del 16 de agosto despego rumbo a la India y doce horas después aterrizo en Bombay. Cuatro meses más. Veo vacas por las calles, camiones de colores, cuervos, dioses con cabeza de elefante arrojados al mar, un monorraíl, cuevas y cascadas, rascacielos y chabolas, leones en libertad, templos y fuegos artificiales. Fumo en shisha, monto en rickshaw, masco paan, me asomo por puertas abiertas de trenes en marcha y cruzo vías, bebo chai, almuerzo samosas, meriendo panipuri y me pongo de pie en los cines cuando suena el himno del país. Hago cincuenta y seis horas de tren en cuatro días y medio, y paso por Gujarat, Goa, Diu, Rajasthan y Delhi. Visito el Taj Mahal, me paseo por los lagos donde se rodó Octopussy, veo diez películas en seis días en un festival de cine y aprendo un par de recetas con Sergi Arola. Quedo eternamente agradecido a mi hermana y mi cuñado por lo que han hecho por mí. Encuentro un trabajo. Provisional, pero de lo mío. Y pagado.

- El 20 de diciembre por la mañana me convierto en turrón y aterrizo en Valencia. Familia, navidad, bares, aceras y pasar frío son cosas que en Bombay he echado un poco de menos. El año termina, como manda la tradición, al calor de la chimenea de cierto chalet en las afueras de Moncada, y el balance final refleja: ocho meses en el extranjero, tres países, gente nueva, gente vieja, un título universitario, un trabajo, la promesa de volver a la India (desde donde, de hecho, estoy escribiendo esto) y la absoluta certeza de que el 2013 lo tiene muy, pero que muy jodido si aspira siquiera a acercarse a lo que ha sido el 2012.

A ver si me equivoco.

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